La displasia de cadera, si existe, está presente desde el nacimiento; hay desde formas muy leves, detectables sólo con ecografía hasta formas muy severas como la luxación completa, en la que la cabeza del fémur se sale de su cobertura ósea.
El pediatra, de forma rutinaria realiza en cada control una serie de maniobras con el fin de averiguar si la cadera del bebé es estable dentro del acetábulo o si se encuentra luxada (desplazada fuera de su sitio habitual) y busca una posible diferencia entre los plieguecitos cutáneos de las piernas. En el caso de obtener un resultado anormal, una ecografía de caderas confirmará el diagnóstico.
La detección precoz es la clave en el proceso de recuperación. Normalmente el tratamiento inicial es con aparatos ortopédicos y su uso depende del grado de displasia y de la edad del paciente. La constancia de los padres es fundamental en estos casos. Los controles han de ser frecuentes y periódicos y pueden durar hasta completar el crecimiento. Sólo si a partir de los tres años de edad la displasia persiste hay que considerar el tratamiento quirúrgico.